Por José María Barbado
3/febrero/2020
Encuestador: “¿Cuál cree que es la principal característica negativa de la ciudadanía extremeña: la ignorancia o la indiferencia?”
Encuestado: “Ni lo sé ni me importa”
En la edición de la feria del libro de Mérida del año 2018 se presentó el libro “Qué nos pasa a los extremeños para estar donde estamos” editado por el Club Senior de Extremadura. La respuesta a la pregunta que se hace en el título tal vez estuviera en la propia caseta oficial: casi había tantos miembros en la mesa de presentación como asistentes al acto, y todo ello mientras una multitud paseaba por las calles del parque López de Ayala delante de la caseta en cuestión y llenaba las terrazas de los bares cercanos. Libros se vendían pocos.
La respuesta podría encontrarse en que seguimos siendo una comunidad colonizada a la que su conversión en autonomía política no ha aportado el empuje suficiente para dejar de ser lo que seguimos siendo antes y después del cambio en la organización territorial del estado, a pesar –en mi humilde opinión- del empeño de Juan Carlos Rodríguez Ibarra en aseverar lo contrario.
Nos asombramos y no dejamos de quejarnos de que con unos recursos como los que disponemos (sobre todo energéticos e hidráulicos, que tanto se valoran últimamente) no despeguemos del vagón de cola del crecimiento e incluso nos encontremos sumidos aún más en este farolillo rojo.
Una comunidad no se gobierna solo desde las instituciones, y menos si están en manos de unos políticos que son más complacientes con la idea de que las altas esferas de su partido en Madrid mantengan su puesto en la comunidad que con una política reivindicativa real que no solo reclame en las altas esferas del estado sino propicie unas políticas revulsivas que permitan a Extremadura salir de nuestro atraso secular.
Podría ser muy común la posible respuesta de un dirigente autonómico a sus superiores jerárquicos en el partido ante alguna medida impopular que viene de las alturas: “No me hagáis (soportar, proponer, aceptar, incluir,…) esto: la gente de mi comunidad no lo entendería y la oposición se aprovecharía de ello”, cuando la respuesta debería ser: “No vamos a (soportar, proponer, aceptar, incluir…) esto: no estoy de acuerdo y perjudica a mi comunidad”. Esta última respuesta es la que darían si la medida proviniese de un gobierno central perteneciente a un partido adversario.
Una comunidad se gobierna solo con una sociedad formada, informada y beligerante que no ha de permitir que sus representantes políticos se desvíen de la acción a la vez renovadora y reivindicativa so pena de que sea esta misma sociedad civil la que castigue a estos políticos y no las altas instancias de sus respectivos partidos. Y ¿qué tenemos? No seamos eufemísticos ni timoratos al denunciarlo: una sociedad conformista, quejumbrosa en parte, pero inactiva y que sólo piensa en que la solución de los problemas pasa solo por la acción de los gobiernos locales, provinciales, autonómico, estatal y europeo en forma de “subvenciones”. Acusamos a nuestros gobernantes de pasividad e ineficacia y somos nosotros los pasivos e ineficaces.
¿Cuántas corporaciones y sociedades “independientes” (que no dependan de subvenciones oficiales sino de la propia conciencia y esfuerzo de sus miembros y que no sean simples plataformas utilizadas por sus líderes para acceder a la escena política), en el ámbito cultural, científico, económico y de otras índoles funcionan con eficacia en Extremadura? ¿Qué proporción de extremeños y extremeñas están integrados en estas pocas sociedades?
A los que ya peinamos canas y aún a los que están ultimando su periodo de formación (aunque nunca deberíamos terminar de formarnos) nos resultará difícil terminar con esta situación. Es evidente que romper el círculo vicioso será un proceso largo y supondrá una revolución generacional que solo puede venir de la mano de la educación. Una sociedad con nuestras carencias necesita aún más que las sociedades ricas de una auténtica ruptura en materia educativa que asegure nuevas generaciones libres de las rémoras que actualmente nos afligen, y no basta con llenarnos la boca pregonando la educación como inversión de futuro sin reflejarlo presupuestariamente; queda muy bonito en labios de los políticos: de la misma forma que las familias conscientes con pocos recursos se quitan el pan de la boca para que sus hijos puedan estudiar en las mejores condiciones posibles, nuestra comunidad ha de hacer lo mismo superando con creces el porcentaje presupuestario dedicado a la actividad educativa (a más pobreza más dinero para educación: esta debería ser la paradoja). Y, lo más importante, que esta cantidad de dinero sea sincera e inteligentemente dedicada a formar o importar formadores que aseguren que la juventud extremeña se va a educar en la capacidad de constituirse en revulsivo de nuestra sociedad. En la misma sociedad y en los dirigentes que han cometido la osadía de pergeñar todo esto, recaerá la obligación de establecer los mecanismos para evitar la fuga por falta de expectativas de estos jóvenes así educados, aunque estos jóvenes así educados encontrarán más fácilmente las expectativas. La sociedad extremeña y las empresas radicadas en nuestro territorio están obligadas, sí o sí, a facilitar esto. Y si algunos se van, al menos les irá bien, porque saldrán bien formados.
Mientras llega esto, los medios de comunicación, sobre todo los estatales y autonómicos, deben ser absolutamente independientes de los poderes públicos y abandonar la autocomplacencia y la mojigatería e incluir en su programación espacios que muestren la realidad no edulcorada y que formen a la ciudadanía, ofreciendo información no sesgada para compensar la intoxicación deliberada de los medios con intereses… llamémosles inconfesables.
A ver. ¿Quién le pone el cascabel al gato? Por lo pronto, todos los extremeños y todas las extremeñas que confluyan en mayor o menor grado con estas formas de entender, estamos obligados a ejercer de activistas para cooperar con el objetivo de mejorar nuestra sociedad. Y no basta con quejarse y pregonarlo. No tenemos excusa.