La Sierra de Segura I

La Sierra de Segura I 
LOS CAMPOS DE HERNÁN PEREA
Por: José María Barbado
 
Todo el que se dirige desde el interior de Andalucía hacia el macizo de Cazorla, Segura y las Villas no puede por menos que resaltar la mole pétrea que surge entre los campos ondulados repletos de olivos. No sucede lo mismo desde el norte o nordeste, donde la serranía andaluza se confunde con la manchega de la sierra de Alcaraz.

Si accedes desde la comarca de La Loma, como es nuestro caso, antes de descender a la llanura por donde discurre, de vuelta, el río Guadalquivir, podrás disfrutar de un soberbio balcón con vistas a la sierra desde las encantadoras localidades de Baeza y Úbeda. Se observa el paso por donde el río sale de la angostura de El Tranco virando en redondo para arribar al valle que ha ido rellenando con el correr de los siglos. De ahí hasta Sanlúcar. Toda una vida marcada por el fluir de la corriente junto a la que se ha gestado una gran parte de la historia de Andalucía.

Bajamos pues del balcón renacentista de La Loma y, tras sobrepasar Torreperogil, alcanzamos el llano. Peal del Becerro, salvada la margen izquierda del río, nos coloca en el inicio de la ascensión a la Sierra.. Hay en este pueblo, sin embargo, un cruce a la derecha por el que, siguiendo a Quesada y Pozo Alcón, rodeamos el macizo por el sur hasta llegar al acceso granadino que, a través de Huéscar, y siguiendo uno u otro camino, nos lleva a Santiago de la Espada, en el corazón de la sierra segureña. Pero éste va a constituir precisamente nuestro punto de salida y final de nuestro viaje.

De Peal del Becerro a Cazorla. Tiene esta pequeña villa un aire capitalino aumentado los últimos años por el auge de la afluencia de visitantes.Se nota en sus establecimientos y en las terrazas de los bares; mucha gente que deambula por sus calles y plazas se adivinan forasteros. Es agradable el ambiente pero, por el contrario, la saturación de la oferta turística ha enmascarado por completo el sabor ancestral de esta villa que trepa hasta los pies de su majestuosa alcazaba.

No era éste nuestro destino, sino sumergirnos en otros paisajes menos hollados; así que compramos la obligatoria película de fotos y nos encaminamos hacia el interior.
La sierra de Cazorla es la que más suena y la más celebrada del conjunto del Parque Natural, pero por ello es también la que soporta mayor presión turística y la que es sometida a mayores controles. Por lo demás, es muy pequeña dentro del gran macizo que comparte con la sierra de Las Villas y, sobre todo, la variedad y vastedad de la sierra de Segura, que es a donde nos dirigimos.

El complejo macizo tiene orientación suroeste-nordeste. Saliendo de Cazorla en dirección nordeste por una carretera (La Iruela, Castillo de la Hiedra, Burunchel) plagada de establecimientos turísticos y ofertas de actividades al aire libre, uno no encuentra la forma de trasponer el imponente murallón rocoso plagado de pinos, pasado el control de entrada al parque, hasta un previsible puerto de montaña que nos hace ascender serpenteando y posteriormente bajar en busca de las aguas del pantano de El Tranco.

La carretera de descenso es umbría y estrecha y se ven por todas partes vehículos aparcados de domingueros y excursionistas. Cerca ya del fondo del valle tomamos un desvío a la derecha que se dirige a Vadillo-Castril y a la ruta turística que nos lleva al puente de Las Herrerías y el nacimiento del Gualdalquivir. No tomaremos esa ruta, puesto que algunos kilómetros más adelante volveremos a tomar un desvío a la derecha cuyo término es el Parador de Turismo. Ese es nuestro destino para esa noche y punto de partida del día siguiente.
A la confortabilidad y la atención de los Paradores se le une en éste de Cazorla, al menos por estas fechas, el ambiente agradable de personas que se ve se encuentran  a gusto, españoles casi todos, y que son más locuaces y divertidos, sin llegar a molestar, en una atmósfera cálida y contagiosamente distendida a la que ayuda mucho la general amabilidad del personal de servicio. Aquí se demuestra que la efectividad puede despojarse del hieratismo y congeniar con un acercamiento al cliente hasta el punto que éste lo desee: una frase amigable en el momento oportuno, una información, un consejo o una opinión sobre algo intrascendente bastan para romper el hielo que, a mi juicio, rodea con frecuencia el ambiente de los Paradores.
 

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