Pinceladas de un itinerario por los Montes Ibéricos

Pinceladas de un itinerario por los Montes Ibéricos.

Siguiendo la ruta de Bécquer

Por: José María Barbado

A la entrada de Medinaceli, pórtico de nuestro viaje, hay una bella ermita románica.
Es el preludio de lo que vamos a contemplar a lo largo de un recorrido donde señorean las iglesias, ermitas y monasterios.
Pero no se alarmen. Entre col y col asoman otras lechugas que no son, precisamente, monumentos religiosos; aunque, por otra parte, ¿qué se puede ofrecer de una época de marcada religiosidad, donde la Iglesia influía poderosamente en todos los niveles de la vida...
...Donde la mayoría de las referencias culturales nos remiten a los escritorios de los conventos...
...Y donde la historia de cada monumento es específicamente distinta a la de los demás, estando ligada íntimamente a los acontecimientos sociales, políticos y económicos del entorno?

Adelante, pues, con nuestro recorrido, deseando que les resulte ameno, e invitándoles a liberar imaginación y recuerdos: ensueño y poesía. A vivir tan hondamente como nosotros los pasos por una tierra mágica, crisol de culturas y que hoy duerme injustamente el sueño del olvido del llamado progreso, pero no el de los espíritus sensibles que siempre han buscado aquí y allá algo más que las satisfacciones que hoy nos proporciona la tan traída y llevada sociedad de consumo.
 
Y ningún pórtico mejor que el arco romano que domina el paisaje dándonos la bienvenida. Tras él, todo un mundo de estratos celtíberos, romanos, visigodos, musulmanes y cristianos, donde las vetas más hondas sustentan, condicionan y alimentan las encimeras.
 
Medinaceli está inmersa en su pasado habiéndose dado cuenta de que interesa al presente, y se ha adecentado sin perder un ápice de su antiguo sabor, para solaz y deleite de los visitantes ávidos de lo auténtico.

Almazán tiene más vida. Subiendo hacia el norte nos encontramos con esta pequeña ciudad que mira a un Duero que ya ha recorrido su curva de ballesta.
Tiene Almazán esos aires contradictorios de renovación y de apego a lo antiguo que caracteriza a estas pequeñas villas del interior, y que se mantienen vivas gracias al comercio con las pequeñas poblaciones circundantes.

Y Soria. Soria pura...

Al fondo, el Monte de las Ánimas. Un nombre para una leyenda:
“La noche de difuntos me despertó, a no sé qué hora, el doblar de las campanas. Su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo. ¡Imposible!. Una vez aguijoneada la imaginación, es como un caballo que se desboca, al que no sirve tirarle de la rienda.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
Sea de ello lo que quiera, “ahí va”, como el caballo de copas. ...”
Aquí nos encontramos con las huellas de Bécquer.
Musa de tantas leyendas, esta ciudad tiene en el río Duero, del que, al decir de otro poeta, vuelve la espalda, uno de los paseos recoletos y ensoñadores que, como un acceso místico, encamina a San Saturio, santo que encarna el espíritu de Soria y de esta parte de Castilla, sobria y recia a fuerza de privaciones y adversidades.
 
Solos, los muros venerables de San Juan del Duero que hoy recogen en su vacía iglesia los vestigios de su pasado.
Judíos, musulmanes y cristianos han dejado sus señas en este arte que hoy se ofrece al visitante; y se sublima en su admirable claustro...
Los estilos se mezclan y armonizan en lo que es acaso el conjunto más vistoso del arte religioso medieval.
A los arcos de herradura les suceden los ojivales, entrelazados, sencillos y de medio punto, con fustes tan variopintos como los arcos que sustentan.

A Ágreda, que fue mora antes que cristiana, la mantienen, al igual que a Almazán, los pueblos de su entorno y la actividad de la ruta que une Soria y Zaragoza.
Tiene monumentos notables, y tienen a gala sus habitantes de albergar entre los muros de uno de sus conventos, el cuerpo incorrupto de Sor María de Jesús, la que fue confidente de Felipe IV y de la que no se consiguió su beatificación, quizá debido a dudas sobre la procedencia divina de sus visiones.
Pero lo que llama la atención al viajero son los dos arcos de época califal que forman parte de su barrio musulmán, y que se asoman, como lo hacen en muchas ciudades andaluzas, al tajo por cuyo fondo discurre un río.

Vozmediano, con su castillo otrora importante, es el comienzo de una ruta que, por el norte de la sierra del Moncayo, nos conduce al santuario de la Patrona.
Subiendo estas cuestas nos viene a la mente la leyenda de la Corza Blanca, que sin duda frecuentaría estos parajes; o la de El Gnomo, que habitaba los tenebrosos bosques del Moncayo, asediando a las jovencitas que se retrasaban en volver de por agua a la fuente, susurrándoles al oído promesas de riquezas y placer.
Y desde las alturas, los territorios linderos del antiguo reino de Aragón se abren a nuestros ojos.

Al fondo, y en primer término, Veruela.
Su monasterio fue retiro terapéutico de Bécquer. Allí nos dejó sus Cartas desde mi Celda, algunas de sus leyendas más hermosas, y, tal vez, sus poesías más íntimas.
Hoy, la Diputación de Zaragoza lo emplea como centro de exposiciones y como escuela de restauración de órganos antiguos.
Pero de ese claustro y de esa iglesia debieron de surgir los más vibrantes versos, las más sutiles palabras con que expresó sus delicados estados de ánimo el autor de las Rimas y de las Leyendas.
Y aquí, bajo la cruz de madera que hoy lleva su nombre, en el paseo triste extramuros, -¿por qué no?- tal vez escribiera aquellos:
 
“Volverán las oscuras golondrinas
de tu balcón sus nidos a colgar...”

Tras pasar el pueblo de las brujas, Trasmoz, en cuyo castillo celebraban sus aquelarres, damos de lleno con la ciudad mudéjar de Tarazona.
Antigua sede episcopal, te miran de lejos sus torres, y desde el altozano que la domina aciertas a ver su plaza ochavada y el palacio del obispo. 
Desde la plaza del Ayuntamiento, sentados en una mesa del café que debió frecuentar el poeta según reza la placa, admiramos la fachada de la Casa del Consistorio, obra maestra del XVI, edificada en honor de su majestad imperial Carlos I de España y V de Alemania, en memoria de su entrada en Bolonia para coronarse Emperador.

Con la Impresión de las casas colgantes del barrio judío abandonamos Tarazona...
... y vamos a parar, como último punto de nuestro itinerario becqueriano, a las ruinas de la abadía de Fitero, en tierras Navarras.

Aquí sitúa Bécquer su más famosa leyenda: la del miserere, aquel que no pudo terminar el peregrino que se volvió loco. Un miserere tan extraordinario que debía arrancar de las entrañas de aquel que lo oyera el grito más desgarrador de arrepentimiento que jamás escucharon oídos humanos. El de los muertos que alzan sus plegarias a Dios para el perdón de sus pecados.
Muy cerca, en los baños, estuvo reponiéndose el poeta, según reza una placa en una de las habitaciones del hotel.
 

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