Tras la lectura de este artículo se me tachará de arrogante, e incluso de antidemócrata. Nada malo y antidemocrático hay en expresar mi forma de pensar (ahora que aún puedo, ya veremos en poco) Respeto la decisión “democrática” que da voz a los españoles haciéndoles concebir la ilusión de que con su voto deciden libremente quién les va a gobernar, pero discrepo que estemos en una democracia. Para que una democracia se pueda considerar tal hace falta, entre otras cosas, que los ciudadanos dispongan de una formación y educación cívica y partir de una igualdad de oportunidades que les permita poder distinguir qué es lo que más les conviene, y eso no ocurre. Desde el chantaje de la transición en el que los principales partidos antifranquistas claudicaron en aras de la “reconciliación” de los españoles (reconciliación que no se ha producido –aún están los muertos en las cunetas y muchos no quieren sacarlos-), y bajo la presión de mantener el estado represor si no se aceptaba, los herederos del régimen transigieron en la libertad de expresión y en el sistema de partidos, un sistema un tanto opaco que permitiría, con la ley electoral apropiada, la alternancia en el poder de los partidos mayoritarios al estilo de la Restauración de Cánovas. En pocas palabras, nos dejarían jugar a la política de forma vigilada para que se sintieran a gusto en sus puestos de poder y acaso ser recompensados al final con un puesto en la administración de las empresas que ostentan el mando del país. Una bonita forma de cambiarlo todo para que nada cambie.
Por su parte, los opositores transigieron en mantener la forma de estado, las estructuras del poder judicial y económico y la imposibilidad de autodeterminación.
A partir de la muerte de Franco, el franquismo, para sobrevivir, no ha necesitado recurrir a arcaicos y molestos pronunciamientos militares. Podría llegar a hacerlo si la situación se agravara tanto que los que parten el bacalao y pueden dar collejas en público a cargos municipales, vieran amenazados in extremis sus privilegios. Ha bastado que la plutocracia pague convenientemente a los medios y redes sociales para deformar y desinformar a la opinión pública hasta el punto de que la “lobotomía” social practicada produzca la alienación suficiente como para que muchos consideren lo más importante la libertad de tomarse una caña. Eso sí: la plutocracia se opondrá cerrilmente a cualquier intento de que la Educación pueda suponer una auténtica igualdad de oportunidades creando ciudadanos formados e informados, conscientes en todo momento de qué es lo que más les conviene tanto como individuos como pertenecientes a una sociedad. Y así está la educación en España, desprestigiada y ostentando unos bajísimos parámetros de calidad, siquiera en comparación con otros países, incluso peor situados económicamente que el nuestro.
Pedro Sánchez no es un santo de mi devoción en lo tocante a su desmedida ambición política, pero no puedo por menos que reconocer que el actual gobierno de coalición ha conseguido crear un paraguas protector durante la pandemia, fomentando los ERTES, estableciendo el ingreso mínimo vital, prohibiendo los desahucios a familias desfavorecidas. Propiciando una reforma laboral que aumentó la calidad y cantidad del empleo, subiendo varias veces el salario mínimo sin afectar a la bajada del paro, haciéndose oír en Europa cuando la crisis energética provocada por la guerra de Ucrania y consiguiendo con la excepción ibérica ser el país de Europa con los menores costes energéticos, con menor inflación y con mayor tasa de crecimiento económico, según indicadores externos, duplicando las becas para estudiantes que faciliten los estudios a los más necesitados, y no a los más ricos, como sucede en alguna comunidad autónoma. Ello entre muchas otras medidas sociales tomadas, y otras que se han quedado en el tintero abortadas por el adelanto electoral provocado por la, para mí, incomprensible pero explicable reacción del electorado. No se comprende que los ciudadanos no hayan votado la gestión de sus ayuntamientos y comunidades, pero sí se explica en la deformación política de la sociedad el hecho de haber votado como si de elecciones generales se tratase.
Ni el gobierno ni los partidos “progresistas” tienen la potencia necesaria para convencer y dar a conocer las avances sociales y económicos; no controlan los medios y no pueden competir con ellos, de tal forma, que la ciudadanía, en su postración cognitiva, tiende ya a creer más en los bulos circulantes y a aceptar preferentemente cuantas tergiversaciones salen al paso de las noticias reales sobre el trabajo del gobierno. Y si a esto le unimos la permanente mentalidad de oposición de los partidos situados más a la izquierda, que se aferran de alguna forma cada uno a su parcelita de poder conseguido, que son incapaces de ceder un ápice ideológico y de protagonismo, anclados en una estrategia que ha demostrado ser ineficaz a lo largo de los años, y sin encontrar, dada su división, un cauce idóneo para convencer a los ciudadanos de la bondad de sus propuestas, habremos contemplado el caladero donde pescan los que no tienen otra estrategia que derribar los logros del adversario sin arriesgar programas. Y lo consiguen.
En esta situación los ciudadanos cambian el sentido de su voto para potenciar a un incompetente que no sabe dónde se encuentra, tanto geográfica como intelectualmente, que no se maneja en las esferas internacionales, servidor de los intereses de la plutocracia, cuyo criterio, si existe, flaquea y fluctúa sobre todo ante los embates de alguna trumpista presidenta de comunidad, y que no ha mostrado programa político: solo asustarnos con una ETA que hace tiempo que no existe, con unos “indepes” que lo único que quieren es arruinar el país, aunque se arruinen ellos también, y con bajar impuestos para engrosar el bolsillo de los que no necesitan de los servicios públicos que van casi a desaparecer por la menor recaudación del Estado.
Tamaño despropósito solo tiene una explicación en la anteriormente citada alienación y falta de formación de la ciudadanía practicada durante años por los detentadores del poder a través de los medios de presión paniaguados. Buena prueba de ello es que han conseguido que la calle aborrezca la política y la deje en manos de políticos profesionales y en muchos casos corruptos. La anterior aseveración está confirmada por las expresiones frecuentemente usadas. “Yo no me meto en política” o “Todos los políticos son iguales”, en la ignorancia de que, si el pueblo no se mete en política, siempre habrá alguien que haga política por él, y no precisamente en beneficio del pueblo.
Esto es lo que pienso, expongo y mantengo hasta que me hagan ver otra cosa, en aras de la libertad de expresión. Igual estoy equivocado.