VOLVER A ROMA (II)

VOLVER A ROMA (II)   


"Desde nuestro apartamento en Roma"  (Fotografía del autor)


 PRIMAVERA ROMANA

En este nuevo relato de mi estancia en Roma durante la primavera de 2024 no se van a describir los grandes monumentos de esta ciudad eterna y ya eternamente atestada de turistas. Para eso están las guías y los tratados que hablan de ello hasta la extenuación. Que ya quedé escarmentado, por ejemplo, de la visita que en mi anterior estancia realicé, junto con mil simultáneos más, a los museos y estancias vaticanas, tras la cual colgué el epitafio de “Nunca Más” (a no ser que pudiera hacerla con un número para mí razonable de asaltantes con móvil, lo que a todas luces debe de ser imposible). O mi presunción de no haber visitado el Coliseo aun habiendo comprado la entrada, asustado por el gentío que hormigueaba en torno al monumento. Y es posible que siga presumiendo de no haber entrado allí después de tres meses, como lo hago de haber disfrutado un mes de París y no haber subido a la Torre Eiffel.


Si en mi primer libro Otro Otoño Romano, mantuve como guía principal el que con título similar publicó en su día mi admirado Javier Reverte, hoy mi guía es mi compañera, el tiempo de que dispongo y acaso un libro que se puede llamar atípico y desordenado, como reza en su título Roma desordenada, la ciudad y lo demás, de Juan Claudio de Ramón, que me recomendó, entre otros consejos, mi querida amiga Pilar Caldera. Manifiesta el autor que le resultó difícil comenzar un libro sobre Roma, a sabiendas de que las mejores plumas se han referido a ella y temía aburrir por redundar en lo escrito. Manifiesta también que lo primero que decidió fue negarse a ver fantasmas, figuras muy socorridas en la literatura de viajes. Yo no puedo ceder a eso; pienso que en cada una de las piedras de Roma late el espíritu de quien la ordenó hacer y de quien la hizo, y también de quienes la ven; la presencia de todos y cada uno de los rincones romanos influye en la vida de los ciudadanos de ahora. Mi imaginación tiende a volar a tiempos pretéritos y a sentir que las piedras, los monumentos e incluso las distintas formas de vida humana me hablan con un lenguaje tan sutil que se pierde en el maremágnum caótico de la masificación, y, aunque la concentración de elementos destinados a soportar el turismo, la gentrificación, como se ha dado en llamar al fenómeno, ha contaminado el centro de las ciudades, tal vez haciendo un esfuerzo e intentando ignorar la masificación recalcitrante -al menos eso intento y raras veces lo consigo- podamos entresacar algo que pueda servir a nuestro objetivo de retratar la urbe, pero por desgracia no sin la evidencia de la reconversión a ese turismo al que no me faltan arrestos de calificar de dañino por mucho que yo esté incluido en el lote.


Por lo pronto heme aquí de nuevo con mi compañera Trini, quien, por motivos de su trabajo tuvo que desplazarse a Roma durante tres meses, ocupando un luminoso y agradable apartamento no muy lejos de San Giovanni, en la vía Rossano. Una tercera planta sin ascensor pero con unas vistas agradables de árboles y edificaciones bajas de fachadas cromáticamente variadas, algo muy característico del urbanismo de esta ciudad. Nuestro hogar romano, solo por un mes, se baña de luz matutina que penetra todas las mañanas por los grandes ventanales que todas las habitaciones poseen y que acaso pudieran interrumpir mi sueño, abrumado por la exuberancia de luz.


Mi relato no va a ser desordenado, sino secuenciado en el tiempo, tal que un diario. Pero no por ello va a dedicarse a la descripción de los lugares que frecuento; para eso están las guías, algunas de ellas tan pormenorizadas, que con un buen acompañamiento gráfico hacen casi innecesarias las visitas. Una buena descripción acompañada de un buen reportaje foto y videográfico y una narración histórica, resultan más ilustradores que una visita inmerso en una agobiante muchedumbre multilingüe. Cierto es que la contemplación de un lugar artístico histórico provoca el sentimiento de conexión con la época y los protagonistas de la historia, pero en ningún modo a mi juicio se da esta circunstancia de percepción –llamémosla extra y plurisensorial- cuando contemplas un lugar histórico “acompañado” por decenas o cientos de colegas de profesión turística, y más después de haber soportado una larga cola.



 PRIMAVERA ROMANA

En este nuevo relato de mi estancia en Roma durante la primavera de 2024 no se van a describir los grandes monumentos de esta ciudad eterna y ya eternamente atestada de turistas. Para eso están las guías y los tratados que hablan de ello hasta la extenuación. Que ya quedé escarmentado, por ejemplo, de la visita que en mi anterior estancia realicé, junto con mil simultáneos más, a los museos y estancias vaticanas, tras la cual colgué el epitafio de “Nunca Más” (a no ser que pudiera hacerla con un número para mí razonable de asaltantes con móvil, lo que a todas luces debe de ser imposible). O mi presunción de no haber visitado el Coliseo aun habiendo comprado la entrada, asustado por el gentío que hormigueaba en torno al monumento. Y es posible que siga presumiendo de no haber entrado allí después de tres meses, como lo hago de haber disfrutado un mes de París y no haber subido a la Torre Eiffel.


Si en mi primer libro Otro Otoño Romano, mantuve como guía principal el que con título similar publicó en su día mi admirado Javier Reverte, hoy mi guía es mi compañera, el tiempo de que dispongo y acaso un libro que se puede llamar atípico y desordenado, como reza en su título Roma desordenada, la ciudad y lo demás, de Juan Claudio de Ramón, que me recomendó, entre otros consejos, mi querida amiga Pilar Caldera. Manifiesta el autor que le resultó difícil comenzar un libro sobre Roma, a sabiendas de que las mejores plumas se han referido a ella y temía aburrir por redundar en lo escrito. Manifiesta también que lo primero que decidió fue negarse a ver fantasmas, figuras muy socorridas en la literatura de viajes. Yo no puedo ceder a eso; pienso que en cada una de las piedras de Roma late el espíritu de quien la ordenó hacer y de quien la hizo, y también de quienes la ven; la presencia de todos y cada uno de los rincones romanos influye en la vida de los ciudadanos de ahora. Mi imaginación tiende a volar a tiempos pretéritos y a sentir que las piedras, los monumentos e incluso las distintas formas de vida humana me hablan con un lenguaje tan sutil que se pierde en el maremágnum caótico de la masificación, y, aunque la concentración de elementos destinados a soportar el turismo, la gentrificación, como se ha dado en llamar al fenómeno, ha contaminado el centro de las ciudades, tal vez haciendo un esfuerzo e intentando ignorar la masificación recalcitrante -al menos eso intento y raras veces lo consigo- podamos entresacar algo que pueda servir a nuestro objetivo de retratar la urbe, pero por desgracia no sin la evidencia de la reconversión a ese turismo al que no me faltan arrestos de calificar de dañino por mucho que yo esté incluido en el lote.


Por lo pronto heme aquí de nuevo con mi compañera Trini, quien, por motivos de su trabajo tuvo que desplazarse a Roma durante tres meses, ocupando un luminoso y agradable apartamento no muy lejos de San Giovanni, en la vía Rossano. Una tercera planta sin ascensor pero con unas vistas agradables de árboles y edificaciones bajas de fachadas cromáticamente variadas, algo muy característico del urbanismo de esta ciudad. Nuestro hogar romano, solo por un mes, se baña de luz matutina que penetra todas las mañanas por los grandes ventanales que todas las habitaciones poseen y que acaso pudieran interrumpir mi sueño, abrumado por la exuberancia de luz.


Mi relato no va a ser desordenado, sino secuenciado en el tiempo, tal que un diario. Pero no por ello va a dedicarse a la descripción de los lugares que frecuento; para eso están las guías, algunas de ellas tan pormenorizadas, que con un buen acompañamiento gráfico hacen casi innecesarias las visitas. Una buena descripción acompañada de un buen reportaje foto y videográfico y una narración histórica, resultan más ilustradores que una visita inmerso en una agobiante muchedumbre multilingüe. Cierto es que la contemplación de un lugar artístico histórico provoca el sentimiento de conexión con la época y los protagonistas de la historia, pero en ningún modo a mi juicio se da esta circunstancia de percepción –llamémosla extra y plurisensorial- cuando contemplas un lugar histórico “acompañado” por decenas o cientos de colegas de profesión turística, y más después de haber soportado una larga cola.




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