EL TEATRILLO DE DOÑA LEONOR

Los que mandan en este país, que tienen convencida a la mayoría de la población de que vivimos en una “democracia” por permitirnos votar cada cierto tiempo, cuando en realidad estamos sumidos en una plutocracia partitocrática, han decidido echar el resto para apuntalar la anacrónica institución monárquica, cuya imagen resultó muy deteriorada tras el conocimiento de los presuntos “devaneos”, económicos y de otras índoles, de su penúltimo titular, Juan Carlos I, y han tirado la casa por la ventana del presupuesto público para asegurar la pervivencia de una imposición que viene del pacto político posterior a la muerte del dictador Franco, en el que la oposición democrática tuvo que tragar las lentejas de un rey impuesto por la dictadura.
Para reforzar la imagen de la monarquía no han escatimado en gastos del erario público montándonos un teatro con escenarios en las Cortes (para fingir el sometimiento de la futura reina a la voluntad del pueblo soberano) y el Palacio Real (para reconocer mediante la máxima distinción honorífica civil que concede el Estado, los enormes méritos contraídos por la joven descendiente al servicio del país) y metiéndonos hasta en la sopa la imagen juvenil y radiante de una princesa que va a heredar la representación máxima de un Estado solo por el hecho de su nacimiento.
Reconociendo la utilidad de que sea una persona física quien represente la realidad de un país, incluso tan diverso y variopinto como las Españas, lo menos imperfecto sería que el servicio a la Patria que supone ostentar la jefatura del Estado lo ejerciese una persona cuyos méritos fueran reconocidos por la mayoría de los habitantes del colectivo a quien representa; y solo a esa persona, eliminando el concepto de “casa” o “familia real”, que pudiera parecer a algunos un caso de parasitismo adherido a la máxima magistratura del Estado.
Para resumir el aspecto sucesorio y de la forma de estado, bastante más extenso, pero muy importante para explicar el devenir histórico de los últimos cuarenta años, concluiremos que, en efecto, los pactos de la transición supusieron la cesión por ambas partes, los “herederos del régimen” por un lado y la oposición democrática por otro.
¿Y qué cedió cada uno? Pues los opositores transigieron con mantener la forma de estado, las estructuras del poder judicial y económico y la imposibilidad de autodeterminación.
Los herederos del régimen transigieron en ¿la libertad de expresión? y en el sistema de partidos, un sistema un tanto opaco que permitirá, con la ley electoral adecuada, la alternancia en el poder de los partidos mayoritarios. En pocas palabras, les dejarán jugar a la política de forma vigilada para que se sientan a gusto en sus puestos de poder y ser recompensados al final con un puesto en la administración de las empresas que se mantienen como en el régimen. Una bonita forma de cambiarlo todo para que nada cambie.
El 1 de abril de 1964 se conmemoraron los “XXV años de Paz”, y el 14 de diciembre de 1966, Franco convocó un referéndum para aprobar la Ley Orgánica del Estado, una especie de Constitución que consagraba la legitimidad del régimen surgido del golpe de estado de 1936. La propuesta fue aceptada mayoritariamente por los españoles mayores de 21 años en un ejercicio de opacidad y sin las garantías necesarias para poder considerar que los ciudadanos hubieran votado en libertad. En el discurso de Navidad de 1969, Franco pronunció la famosa frase de que “todo está atado y bien atado”. Siempre se pensó que solo se refería a la sucesión en la Jefatura del Estado, pero los acontecimientos han demostrado que la expresión estaba dotada de un alcance mucho mayor.

Y ya, el 20 de noviembre de 1975, moría el dictador, curiosamente el mismo mes y día del fusilamiento (en 1936) del falangista José Antonio Primo de Rivera, el ideólogo fascista, quien constituyó un símbolo en el Estado una vez muerto. Se cuenta, aunque no está acreditado que Franco pudo haberle salvado la vida intercambiándolo por presos republicanos, pero de este modo consiguió crear un mártir para la causa y al mismo tiempo librarse de una “mosca cojonera”.
Los seguidores del régimen eran plenamente conscientes de que el entorno de países occidentales donde se movía España no permitiría la pervivencia del régimen autocrático tras la muerte del dictador. Había que adaptar las estructuras del Estado hasta darles apariencia de una democracia de corte occidental. Había que cambiar muchas cosas para que en el fondo nada cambiase. Y el tiempo transcurrido nos da la razón.
Para ilustrar estas afirmaciones hay que echar mano de las hemerotecas. Tras la visita del Presidente de EEUU, Richard Nixon, el 2 de octubre de 1970, un año más tarde, Nixon envió en misión secreta a Madrid al general Vernon Walters para entrevistarse con el dictador.
Fue recibido en El Pardo junto con el ministro de exteriores Gregorio López Bravo y Franco le confesó su profecía: "Yo he creado ciertas instituciones, nadie piensa que funcionarán. Están equivocados. El Príncipe será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses”.
Los que mandan en este país manejan los hilos de todo: Las estructuras económicas no vendidas a las grandes corporaciones supranacionales, de modo que muchas de las empresas públicas creadas durante el franquismo han pasado a ser propiedad de las familias que en su día ejercieron la dirección de las mismas.
Manejan también un endogámico sistema judicial que difícilmente acepta la intromisión de elementos no adeptos al régimen, y que carece de independencia de los partidos políticos cuya estructura controla incluso al parlamento que supuestamente sería la sede de la soberanía popular y de donde deberían dimanar el resto de los poderes del Estado. Las fuerzas y cuerpos de seguridad, también controladas, se mantienen en su misión de garantizar la independencia y seguridad del Estado y en último extremo, también de su integridad territorial.
Manejan también los hilos de la mayoría de los partidos políticos en sus diferentes modalidades: los conservadores con líderes de mediocre capacidad, ultraconservadores demagógicos, ultraconservadores ultramontanos de Santiago y cierra España e incluso progresistas moderados; estos últimos podrían ser los más efectivos para gobernar al pueblo: procuran mejor su bienestar pero sin tocar las líneas rojas de las altas estructuras del Estado, pero tienen el inconveniente de enzarzarse con partidos incontrolados republicanos y antisistema que, aunque minoritarios, divididos y residuales, no permiten el completo manejo de la situación política. Para los poderes fácticos resultaría más cómodo que el poder lo ejerza un partido conservador demagógico, al estilo muñequita diabólica.

Toda esta estructura política y económica se sustenta en la compra de la mayoría de los medios de comunicación y “deformación” ciudadana, en la inundación y banalización de las redes sociales y en el impedimento de una auténtica igualdad de oportunidades educativas que permita la formación de ciudadanos auténticamente libres, conscientes de la realidad del entorno, conscientes también de la importancia de reconocer la prioridad del bien común sobre los intereses particulares, de la necesidad de acabar con el individualismo egocéntrico imperante,-a pesar de las expresiones buenistas y beatíficas que circulan por las redes y que no solo tienen efecto positivo, sino que, según algunos psicólogos, pueden influir negativamente en la salud mental-, y capaces de decidir su destino, haciendo que el ascensor social funcione sin distinción de las posibilidades económicas y sociales de las familias. Una población adormecida, alienada e “imbecilizada” es la mejor garantía de que el llamado “régimen del 78” funcione.
A todos los responsables políticos tanto estatales como autonómicos de cualquier sensibilidad se les llena la boca al afirmar que la educación es la inversión de futuro sin reflejarlo convenientemente en las asignaciones presupuestarias correspondientes, dándose el caso de que el porcentaje del PIB destinado a educación en España –y por ende en nuestras comunidades- es de los más pobres –el quinto más bajo de la UE- de Europa (independientemente del signo político del administrador de turno) Pero eso cuesta dinero. Y eso sucede también cuando el partido gobernante representa tan solo una tímida opción progresista que en modo alguno ha conseguido –o no ha intentado- hacer una auténtica reforma educativa en el Estado. Se lo impiden, como ya digo, los partidos inmovilistas, su propia tibia naturaleza y una masa desinformada que no percibe que el futuro de sus hijos/as está en una educación plena de igualdad de oportunidades.
Es probable –no he ahondado en ello y me culpo por dar pábulo a las redes cuando me quejo del uso que se hace de ellas- que una de las frases que se atribuye al controvertido millonario británico-estadounidense John McAfee, muerto en extrañas circunstancias en una prisión de Barcelona, tras haberse aprobado su extradición a los Estados Unidos,no sea una frase suya, pero me gusta y la hago mía sea quien sea quien la haya pensado: “El uno por ciento controla el mundo. El cuatro por ciento son sus títeres. El noventa por ciento está dormido. El cinco por ciento lo sabe y trata de despertar al noventa. El uno por ciento usa su cuatro para impedir que el cinco despierte al noventa”. Una frase que encajaría perfectamente en la sociedad española actual.
Manejan también la monarquía, una institución obsoleta que en la actualidad está al servicio no del “pueblo soberano”, sino de la clase dominante que aspira a seguir siéndolo, y cada año más.
Ya nos lo hacía ver Gerald Brenan en su Laberinto Español: desde 1788, fecha de la muerte de Carlos III, ningún rey español ha terminado sus días en el ejercicio de su cargo. Ha habido dos excepciones, que al ser revisadas, confirman que en estos dos casos también podría haber sucedido así. Fernando VII, “El Deseado” antes de terminar la guerra de la Independencia, y “El Rey Felón” después, conocido por los historiadores como el peor rey de la historia de España, pudo terminar sus días como rey por el apoyo que una década antes le brindaron los absolutistas franceses con la remesa de los “cien mil hijos de San Luis”; de no haber mediado la intervención, posiblemente hubiera sido destronado, bien por los partidarios de su hermano Carlos, o, más probablemente, por los liberales que clamaban por la restitución de la soberanía popular y la Constitución de 1812. Su padre, Carlos IV, fue destituido por Napoleón, muriendo en Nápoles. En su lugar, impuesto por el corso, reinó José I, quien duró el tiempo que el ejército francés permaneció en la península.
El otro rey que murió coronado fue su nieto Alfonso XII, tan joven, que tal vez no tuvo tiempo de comprobar el desgaste del sistema de gobierno implantado por Cánovas, ni los turbulentos principios del siglo XX. Su madre, Isabel, fue destronada por la revolución de 1868 y murió exiliada en París. La implantación de la monarquía electiva en la persona de Amadeo I fue un fracaso que unió a toda la oposición y provocó la renuncia del monarca. El hijo póstumo de Alfonso XII, el XIII, aunque reinó casi cuarenta y cinco años, tuvo que ser asistido por una dictadura, y hundida su popularidad por su más que probable responsabilidad en los desastres del ejército de África, abandonado incluso por los propios monárquicos, tuvo que exiliarse, muriendo en Roma.
Tras la oprobiosa dictadura del general Franco, el dictador nos impuso no la República que se encargó de eliminar, ni al hijo y heredero Juan de Borbón, sino a su hijo Juan Carlos, que en aras de la reconciliación del país fue aceptado constitucionalmente por la mayoría de los españoles. Aquel rey, Juan Carlos I, tras protagonizar la transición democrática, abrumado por la impopularidad de los últimos años, y para salvar la imagen de la monarquía, abdicó en su hijo Felipe.Su papel como defensor de la Constitución durante elintento de golpe de Estado de 1981, y cuyos entresijos no conoceremos jamás, empieza a cuestionarse incluso por parte de algún protagonista de la asonada, que invita a parecerse más a la aquiescencia que su abuelo prestó al establecimiento de la dictadura Primoriveriana, solo que los condicionamientos externos e internos eran muy otros de los que se daban en el primer cuarto del siglo pasado, por lo que era contraproducente ceder a las fuerzas telúricas de los nostálgicos, para no caer en el ridículo internacional de los países occidentales avanzados, potenciándose la imagen de monarquía salvadora con la que se convenció incluso a numerosos republicanos.
Su hijo Felipe pareció haber querido cortar con la línea de la restauración monárquica impuesta por Franco, a quien en alguna ocasión reconoció como dictador. Felipe VI se mantiene dentro del papel que la Constitución le tiene asignado, es decir, no se mete en política; tal vez por eso no se manifiesta fehacientemente en contra de los abusos del capitalismo, del aumento de la desigualdad, del robo sistemático al que muchos políticos están sometiendo a las arcas públicas. Y es que, pasados ya largos años desde que los españoles se avinieron a reconciliarse, hoy, lo que llamamos “democracia” se ha convertido en un ejercicio de voto cada cierto tiempo, que no lleva a grandes consecuencias, porque una auténtica democracia debe basarse en dos factores que no se dan en la actualidad: la formación y la información. De la formación en los asuntos públicos sólo citaré las frases “Yo no me meto en política” y “todos los políticos son iguales” en la ignorancia de que si el pueblo no se mete en política alguien hará política por él, y no precisamente en beneficio del pueblo. De la información, sesgada por la inexistencia de medios realmente independientes, pagados muchos de ellos por los poderes fácticos que nos siguen gobernando desde antes de las primeras elecciones democráticas; el poder económico de las grandes familias de siempre, el poder judicial que no interesa que funcione, y la iglesia católica, que aún mantiene gran parte de su poder e influencia.
¿Terminará Felipe VI sus días como rey de España? En un artículo, el republicano catalán Joan Tardá, “ El referèndum sobre la República Catalana conduirà a la III República”, nos presenta la similitud entre la proclamación de la República Catalana de Maciá y el advenimiento de la II República Española, con el movimiento independentista actual protagonizado por algunas fuerzas políticas con el apoyo de una gran parte de ciudadanos, como premonitorio de la III República. Yo, que no soy partidario de la desintegración, sino de todo lo contrario, pero que sí soy incondicional del derecho a decidir; que no voté la Constitución, entre otras cosas, porque no consagraba el derecho de autodeterminación, aunque fuera con ciertas garantías, estimo que no debería faltar mucho para que Felipe VI sea despedido de su cargo, de forma democrática, sin violencia, sin traumas, sin aspavientos, agradeciéndole los servicios prestados, con derecho a cobrar el subsidio de desempleo, y que la institución que deja vacante sea sustituida por una República Federal que aúne a todas las naciones de España, aglutinadas en torno a un supraestado que contemple las particularidades históricas de cada una, sin artificios autonómicos, incluyendo incluso a la vecina Portugal, si ellos quieren, y dentro de una auténtica Unión Europea de los ciudadanos.
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