En julio de 2020 comenzó a contar el centenario. Terminará en julio de 2021. Tal vez porque el interés de nuestra sociedad está sumido en el Covid 19; tal vez porque no se trata de un hecho rimbombante para mayor gloria de España, tal vez porque es un poco pronto para acordarse de ello, hasta ahora no se ha visto ninguna referencia a los desgraciados acontecimientos que marcaron la historia de España y determinaron en gran medida su curso posterior.
Porque si realizáramos una encuesta preguntando a la ciudadanía qué sabe del “desastre de Annual”, nos encontraríamos con que casi nadie lo conoce, o sabe poco al respecto. Solo los estudiosos y algunos aficionados se han aventurado a profundizar en el asunto. En nuestros centros educativos la historia se enseña haciendo hincapié en los sucesos más representativos del siglo de Oro (ahora con el estado autonómico se ofrecen distintas versiones del acontecer histórico según la comunidad de que se trate), del siglo de las luces, del turbulento siglo XIX y del reciente y apasionante siglo XX. Del XXI se dará si da tiempo, pues es habitual que los programas vengan ajustados por la pérdida de horas lectivas debida a acontecimientos no programados y no se suelen terminar. Como si ese apéndice histórico que constituye los últimos años de nuestra singladura, no fuera historia o no conviniese remover lo reciente.
El desastre de Annual fue un desgraciado episodio en el que murieron miles de soldados españoles (entre trece y veinticuatro mil muertos, según las fuentes), muchos de ellos que no tuvieron dinero para poder eludir el servicio militar, como era práctica habitual entre los jóvenes adinerados. Estos militares de reemplazo, mal pertrechados y peor mandados, estaban destinados a satisfacer el prurito colonial español perdido tras la independencia de las últimas colonias en 1898, recuperado en parte por la asignación a España, por parte de las potencias europeas, de la administración de ese espinazo del norte de Marruecos que constituyen las tierras del Yebala y el Rif, que tan ancestral relación han tenido con nuestra península. También tendría algo que ver la defensa de los intereses de la Compañía Española de Minas del Rif de la que eran accionistas importantes personajes de la política y la empresa españolas, y el mantenimiento de cientos de oficiales del ejército provenientes de las perdidas colonias a los que habría que dar un destino.
Además de los miles de muertos, hubo que pagar una fuerte suma como rescate de los cientos de prisioneros retenidos por Abd el Krim, el dirigente rifeño que proclamó la república del Rif. La cantidad desembolsada fue de cuatro millones de pesetas de las de entonces, lo que, cuentan las malas lenguas, hizo exclamar al rey la conocida frase de “¡qué cara está la carne de gallina!”.
Tal fue la crispación que generó la catástrofe, que las Cortes exigieron un informe, que se encargó al general Juan Picasso. El expediente, que apuntaba como responsables a personas que ocupaban las más altas magistraturas del Estado, incluyendo la corona, no pudo ver la luz, pues de ello se encargó el general Primo de Rivera, quien, con la connivencia del rey, estableció una dictadura mediante un golpe militar, que acalló la petición de responsabilidades.
La presión social y política no cesó, a pesar de ello, pues los hechos fueron gravísimos, hasta el punto de provocar la caída en desgracia de Primo de Rivera, dando paso a la “dictablanda” del general Berenguer, otro de los implicados en la debacle, y al gobierno del almirante Juan Bautista Aznar, quien, debido a la gran presión, hundida la popularidad del rey, no tuvo más remedio que convocar elecciones el 12 de abril de 1931 (no habían pasado diez años desde el desastre), elecciones que ganaron los partidos republicanos, provocando el exilio del monarca y la proclamación de la Segunda República el día 14.
Sirva este pequeño artículo como recordatorio de estos hechos que determinaron nuestra historia y como homenaje a los miles de soldados que murieron, no en el servicio a la Patria, sino de unos intereses ajenos al bien del país, y que hubieran sido necesarios en el esfuerzo de levantar en el solar de las Españas regiones tan deprimidas como pudieron haberlo estado las del Rif marroquí, cuyos naturales no nos habían llamado a ser sus salvadores.
La sucinta explicación de los hechos dada en este artículo, en aras de su brevedad, pudiera motivar al lector a profundizar más en el tema. Para ello citaré algunos libros que a buen seguro serán del agrado de los interesados:
De Lorenzo Silva, “Del Rif al Yebala” y las desgarradoras novelas “El nombre de los Nuestros” y “Carta Blanca”, así como “Siete Ciudades en África”
“El Blocao” de José Fernández Díaz e “Imán” de Ramón J. Sender
“La forja de un rebelde” de Arturo Barea, en su segundo tomo: “La Ruta”
“Historia secreta de Annual” de J. Pando, o “Annual, un cementerio sin tumbas” de L. M. Guerra.
“Abd el Krim el Jatabi” y “En el Barranco del Lobo” de Rosa de Madariaga.
“Cuando leas esta carta”, novela de Vicente Gramaje.