EL TOPO SE SURESNES

Contrabandista español 1861 (Richard Ansdell)

 La perspectiva que nos da el tiempo transcurrido es muy importante para analizar el desarrollo de los acontecimientos que dieron lugar a la llamada “Transición”, calificada de modélica por muchos sectores patrios y foráneos. Es ahora, y no mientras hemos estado sumergidos en este proceso, cuando podemos obtener conclusiones moderadamente inequívocas de lo que nos ha sucedido en estos últimos años.


El 1 de abril de 1964 se conmemoraron los “XXV años de Paz”, y el 14 de diciembre de 1966, Franco convocó un referéndum para aprobar la Ley Orgánica del Estado, una especie de constitución que consagraba la legitimidad del régimen surgido del golpe de estado de 1936. La propuesta fue aceptada mayoritariamente por los españoles mayores de 21 años en un ejercicio de opacidad y sin las garantías necesarias para poder considerar que los ciudadanos hubieran votado en libertad. En el discurso de Navidad de 1969, Franco pronunció la famosa frase de que “todo está atado y bien atado”. Siempre se pensó que solo se refería a la sucesión en la Jefatura del Estado, pero los acontecimientos han demostrado que la expresión estaba dotada de un alcance mucho mayor.


Y ya, el 20 de noviembre de 1975, moría el dictador, curiosamente el mismo mes y día del fusilamiento (en 1936) del falangista José Antonio Primo de Rivera, el ideólogo fascista quien constituyó un símbolo en el Estado una vez muerto. Se cuenta, aunque no está acreditado, que Franco pudo haberle salvado la vida intercambiándolo por presos republicanos, pero de este modo consiguió crear un mártir para la causa y al mismo tiempo librarse de una “mosca cojonera”.


Los seguidores de régimen eran plenamente conscientes de que el entorno de países occidentales donde se movía España no permitiría la pervivencia del régimen autocrático tras la muerte del dictador. Había que adaptar las estructuras del Estado hasta darles apariencia de una democracia de corte occidental. Había que cambiar muchas cosas para que en el fondo nada cambiase. Y el tiempo transcurrido nos da la razón.


Para ilustrar estas afirmaciones hay que echar mano de las hemerotecas. Tras la visita del Presidente de EEUU, Richard Nixon, el 2 de octubre de 1970, un año más tarde, Nixon envió en misión secreta a Madrid al general Vernon Walters para entrevistarse con el dictador.

Fue recibido en El Pardo junto con el ministro de exteriores Gregorio López Bravo y Franco le confesó su profecía: "Yo he creado ciertas instituciones, nadie piensa que funcionarán. Están equivocados. El Príncipe será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses”.


LA LLAMADA TRANSICIÓN.


Llamamos transición al periodo que siguió a la muerte del dictador. Su duración no está muy definida, pues algunos sugieren que el proceso terminó con la aprobación de la Constitución de 1978; otros apuntan que se prolongó hasta 1982, fecha de la victoria del PSOE en las elecciones generales. Otros ponen en duda incluso de que haya existido una transición real a la democracia, teniendo en cuenta muchos factores que ahora nos muestra el paso del tiempo. Que hubo una transición no cabe duda; incluso ha sido considerada modélica entre muchos países de nuestro entorno. Lo que sería interesante debatir es el alcance real de la misma.


Dada la situación geopolítica de España en 1975, la inexistencia de los estados totalitarios que en 1936 favorecieron el golpe militar, y la lejanía de la URSS y de su esfera de influencia, todos, incluso los más fanáticos del régimen que fueran medianamente inteligentes, comprendían que la situación de dictadura del país no podía sobrevivir al dictador y que el destino irremediable era convertir el estado en una “democracia” en la que el pueblo “soberano” debía ser consultado con periodicidad para que estableciese qué tipo de gobiernos quería que rigiese los destinos del país. 


Y a pesar de todos los aspavientos, roces y resquemores, había que dar voz a todas las fuerzas políticas, contrarias y adversas al régimen, incluido al demonizado Partido Comunista, que Santiago Carrillo se había encargado de modernizar desmarcándose de las directrices de la patria rusa. A pesar de que el PCE mantuvo siempre la hegemonía de la oposición a Franco, tanto en el interior como en exterior, los resultados de esta fuerza política en los distintos comicios nunca dejaron de ser discretos, con lo que su presencia llegó a ser residual incluso coaligada con otras fuerzas de izquierda en lo que durante muchos años se viene denominando Izquierda Unida.


Más importante fue el devenir de un Partido Socialista agonizante que en 1974, año del último congreso del PSOE en el exilio, se vio zarandeado por un golpe de timón protagonizado por un equipo de jóvenes provenientes del partido en el interior. Dada la deriva que este partido ha sufrido desde entonces hasta los tiempos que corren, y las manifestaciones actuales de los líderes que en su día asumieron la dirección del partido, la perspectiva que dan los años y los escasos resultados en valores democráticos que podemos contabilizar tras más de cuarenta años del fin de la dictadura, algunos podrían verse tentados a pensar que la nueva dirección del PSOE estaría integrada por topos que el régimen hubiera infiltrado para facilitar la transición hacia formas “democráticas” sin alterar demasiado los resortes del poder. 

Para ver lo que era necesario hacer, se produjo un dialogo entre las fuerzas de oposición (“Platajunta”, formada por la Plataforma y la Junta democráticas) y el gobierno de Adolfo Suárez. Las primeras medidas, de índole económica y urgente, dada la situación, se recogieron en los llamados “Pactos de la Moncloa”, así como una hoja de ruta para la reforma jurídica y política que desembocarían en el pacto constitucional.


Gobierno y oposición democrática se pusieron manos a la obra para elaborar una Constitución de consenso en el que unos y otros cedieron. Es analizando las cesiones de unos y otros, contrastándolas con la perspectiva que nos da el tiempo, como podremos analizar si realmente en España podemos disfrutar de un auténtico régimen democrático, comparable al de los países de nuestro entorno europeo.


La primera cuestión, la de la forma de Estado, fue resuelta rápidamente por la tímida profesión de fe republicana del PSOE y el PCE, partidos que, como de puntillas, apelando a la reconciliación nacional, abandonaron rápidamente sus exigencias de restauración de la legalidad vigente derrocada por el golpe de 1936, aceptaron la imposición (no proposición) de Juan Carlos I como Jefe de Estado, y ni siquiera exigieron que fuera el pueblo quien se pronunciara al respecto de forma independiente al resto del texto constitucional.

La carta magna recogía también muchos aspectos que inexorablemente debe recoger cualquier constitución que se llame democrática, algunos de forma tan ambigua como el derecho al trabajo, a una vivienda digna o a la libertad de expresión, dejando a leyes posteriores que nunca llegaron, el desarrollo de forma expeditiva de la posesión y la defensa de tales derechos.


Para diluir las aspiraciones de algunos territorios como el País Vasco y Cataluña, se inventó lo que se dio en llamar “café para todos”, creándose un sistema de autonomías, algunas de ellas artificiosas, que no han servido para el fin para el que fueron creadas: una autonomía política real frente a una fuerte descentralización administrativa, como tal vez hubiera sido aconsejable en algunos casos. Lo cierto es que Cataluña, en parte por la desastrosa e incompetente gestión de los sucesivos gobiernos centrales, vio crecer el número de personas que desean iniciar su andadura separadas del resto de España, mientras que en el País Vasco, tras superar una desgraciada etapa de violencia y terrorismo, doblegados los asesinos por la razón de quienes desean resolver los conflictos de forma pacífica, pudiera resultar que la mayor parte de sus habitantes desearan, si son consultados, separarse del Estado o al menos iniciar otra forma de asociación con el mismo. A este respecto la Carta Magna vigente no recoge un derecho que debe ser fundamental en la sociedad humana: que un colectivo pueda separarse o integrarse en otro mayor si así lo exige una mayoría cualificada de ciudadanos, siempre que se respeten las leyes internacionales y las compensaciones a que haya lugar en cada caso. No se puede obligar a nadie a permanecer en contra de su voluntad y para ello, debe existir la posibilidad de manifestarse en libertad.


Otros aspectos del texto constitucional que dejan jirones del antiguo régimen son las referencias expresas a la Iglesia Católica (por mucho que sea la que más adeptos tenga en España), frente a una declaración somera de estado aconfesional que en la práctica no se cumple. Pero con todo, el sistema de partidos y el reparto de los elementos de la judicatura al arbitrio de las cuotas de poder de los partidos, auguran que la independencia del poder judicial solo se da en el papel, y no en la realidad, como se viene comprobando, incluso como denuncian algunos colectivos de la propia judicatura.


Para resumir este capítulo, algo más extenso, pero muy importante para explicar el devenir histórico de los últimos cuarenta años, concluiremos que, en efecto, los pactos de la transición supusieron la cesión por ambas partes, los “herederos del régimen” por un lado y la oposición democrática por otro.


¿Y qué cedió cada uno? Pues los opositores transigieron con mantener la forma de estado, las estructuras del poder judicial y económico y la imposibilidad de autodeterminación.

Los herederos del régimen transigieron en la libertad de expresión y en el sistema de partidos, un sistema un tanto opaco que permitirá, con la ley electoral adecuada, la alternancia en el poder de los partidos mayoritarios. En palabras con las que suele el pueblo hablar con su vecino: les dejarán jugar a la política de forma vigilada para que se sientan a gusto en sus puestos de poder y ser recompensados al final con un puesto en la administración de las empresas que se mantienen como en el régimen. Una bonita forma de cambiarlo todo para que nada cambie.


Muchos de los que vieron con preocupación que los acontecimientos no presagiaban cambios radicales pensaron que tal vez era demasiado pronto para aspirar a tanto, y pusieron la ilusión en el triunfo de un partido político democrático sin antecedentes franquistas que se encargaría de cambiar las cosas. Entre tanto, el 23 de febrero de 1981 hubo que sufrir un conato de involución protagonizado por unos desnortados que no habían comprendido que el destino de España y de sus controladores no pasaba precisamente por la vuelta a las viejas prácticas franquistas. ¿O las cosas no fueron así? ¿Lo sabremos algún día? No estaba el horno para bollos.


LOS GOBIERNOS DEL PSOE


Llegó el día. El 28 de octubre de 1982 la ilusión de muchos españoles concedió al Partido Socialista Obrero Español la mayoría más amplia que se recuerda en unas elecciones democráticas. Obtuvo casi el 50 por ciento de los votos en el congreso, lo que supuso, merced a la ley electoral que potencia a los partidos mayoritarios, facilitando la alternancia en el poder, la obtención de 202 de los 350 escaños del Congreso, 134 en el Senado. Esta mayoría absoluta se mantendría durante tres legislaturas hasta que el desgaste producido por la corrupción de algunos responsables, la crisis económica de 1992, la supuesta participación en hechos de terrorismo de estado contra la banda ETA, y en general, la desilusión de los votantes de la izquierda, que vieron incumplidas sus aspiraciones de una auténtica reforma del Estado, propiciaron que la cuarta legislatura, ya en mayoría relativa, apoyados por un partido “nacionalista catalán” llamado Convergència i Unió, no se concluyese, convocándose elecciones en 1996, y obteniendo la derecha española, concentrada en el Partido Popular, una exigua mayoría suficiente para gobernar.


Muchos esperaban todo de los primeros gobiernos socialistas. Por fin un partido que no tuvo relación con el régimen de Franco, integrado por personas jóvenes con ideas nuevas, iba a acometer las reformas que dejarían atrás toda una época. El país se modernizó, en gran parte con el dinero proveniente de la Comunidad Europea, en la que ingresó en 1985 (el 90 por ciento de la inversión durante este periodo procedía de la CE). Durante los cinco años siguientes España experimentó el mayor crecimiento de los países de la Comunidad. Se acometieron grandes obras de infraestructuras viales y ferroviarias, se implantó la sanidad universal, el PIB de España se multiplicó por 2,3 hasta situarse por encima de la media europea. Las inversiones extranjeras aumentaron considerablemente, así como las españolas en el extranjero, merced, en parte, a las grandes empresas estatales cuya privatización iniciaron los sucesivos gobiernos del PSOE entre 1985 y 1995.


La economía florecía de forma exuberante. España pasó de ser importadora de capitales a ser netamente exportadora. Ciertamente, los más beneficiados fueron los grandes empresarios, pero las migajas del estado de bienestar se repartieron por casi todas las capas sociales. La renta per cápita aumentó hasta situarse entre las 15 primeras del mundo. Toda esta eclosión de buenos resultados tuvo su escaparate el año 1992, que muchos consideraron talismán para España. Para el año del V centenario del descubrimiento de América, la Exposición Universal de Sevilla, los Juegos Olímpicos de Barcelona y la capitalidad cultural europea de Madrid reflejaron fielmente el ascenso de España dentro del grupo de países privilegiados del mundo.


En el otro platillo de la balanza quedaba un mercado de trabajo que siempre adoleció de tener unas excesivas cuotas de paro, sobre todo femenino y juvenil, temporalidad y falta de cualificación laboral, una situación que le costó la ruptura con el sindicato hermano UGT y la convocatoria de dos huelgas generales. Un déficit comercial de un país que siempre exportó menos que importó, una deficiente inversión en tecnológicas y en I+D… Una política agraria adecuada que debería haber llegado a la redistribución de la propiedad para evitar la penosa imagen de los jornaleros esperando el trabajo precario del terrateniente, y completando los jornales con indignos subsidios-parche de supervivencia que se prestaban a relajación, clientelismo y corruptelas. Y una especie de profesionalización de la política que se inauguró tras los sucesivos éxitos electorales y que propiciaron graves casos de corrupción, estableciéndose lo que dio en llamarse “la cultura del pelotazo”.


Con todo, las carencias más graves de este periodo fue no haber abordado la auténtica renovación de las estructuras de poder del estado. La justicia nunca llegó a funcionar con eficacia, rapidez e independencia, debido, entre otras cosas, a la penuria de medios y a la falta de voluntad política. Se llegó a decir que una justicia tardía era, simplemente, una injusticia. No hubo una reforma del poder judicial, y los partidos políticos mayoritarios se repartían los nombramientos de los órganos de los jueces colocando a personas supuestamente afines a su tendencia partidista. La independencia judicial no ha llegado a existir, y sí asistimos ahora a la injerencia del poder judicial en la vida política.


Como se explicaba en párrafos anteriores, los pactos de la transición crearon una estructura de partidos que dificultaban la participación directa y democrática de los militantes, estableciendo unas estructuras de poder que facilitaron la aparición de profesionales de la política cuyas decisiones solían burlar el control democrático de las bases. En lo que respecta al Partido Popular esto ni siquiera se planteaba, puesto que la decisión de nombrar a los candidatos en las distintas elecciones, por ejemplo, era tomada arbitrariamente por la persona que ejercía el poder político dentro del partido. En el caso del Partido Socialista, en más de una ocasión, la militancia consultada se encargó de derribar las decisiones de sus dirigentes: las mismas ocasiones en que los dirigentes derribaron después las decisiones de la militancia. Esta profesionalización de la política alejó a los políticos de los ciudadanos: los primeros perdieron el sentido de servicio público de su cargo, y los segundos comenzaron a desconfiar de sus propios representantes, en tanto que cada vez se creían menos representados por ellos.


Como consecuencia de lo anterior, no hubo interés en establecer un control eficaz de la financiación de los propios partidos, ni de las cuentas públicas, que evitase o corrigiese de inmediato, como en otros países del entorno, el enriquecimiento ilícito tanto personal como corporativo. Esta falta de transparencia facilitó la existencia de decenas de casos de corrupción que se han venido produciendo y a las que aún no se ha puesto remedio, entre otras causas por la inoperancia de la Justicia a la que aludíamos antes.


La estructura económica se mantuvo en las grandes empresas cuyos propietarios siguieron siendo los que ejercían el poder económico en el anterior periodo, incluso llegando a acceder al control de las empresas privatizadas y estableciendo como premio a los políticos que se jubilaban la participación en los consejos de administración o consultorías de las empresas, en pago de sus servicios. Lo que ha dado en llamarse “puertas giratorias”.


No se llegó a abordar, porque aún debió de parecer precipitado, la restitución de la memoria y compensación a los que sufrieron los rigores de la represión tras el golpe militar de 1936. No parecía oportuno hurgar en las viejas heridas que se abrieron en una época que dejó castigados los excesos de una parte e impunes los de otra, en pro de una reconciliación que seguramente llegará cuando todas las víctimas de la contienda sean consideradas por igual en la memoria colectiva. 


Aun así, la omisión más grave que en doce años de mayorías absolutas cometieron los sucesivos gobiernos del PSOE se dieron en lo referente a la formación de la ciudadanía. La oposición de la derecha recalcitrante en materia educativa siempre ha sido frontal. Nunca, en los catorce años de gobierno de Felipe González se pudo establecer una reforma educativa eficaz que garantizase y afianzase para siempre una auténtica igualdad de oportunidades. Sí es cierto que se fortaleció el sistema de becas. Se recurrió a los conciertos con la enseñanza privada para paliar la deficiencia de establecimientos públicos, pero una vez conseguido esto último, el Estado no ha ido suprimiendo los conciertos y el resultado ha sido un reforzamiento de la privada con fondos públicos y un deterioro de la pública. Una política educativa que a la larga asegurase la formación necesaria no solo en el aspecto profesional, sino que los ciudadanos adquirieran la independencia de criterio para poder determinar con eficiencia qué aspectos de la vida social, económica y política pueden serles favorables y cuáles no. Inculcar en la ciudadanía el respeto y observancia de la ley y las normas y el repudio de los infractores. Acabar con la idea de que el español cumple la ley bajo la amenaza de sanción y no por convencimiento de que es bueno para la comunidad. Una formación que les permita distinguir y seleccionar la avalancha de informaciones contradictorias y muchas veces tendenciosas y falsas que proporcionan los medios pagados por los poderes “fácticos” y poder decidir con auténtica libertad.


Contrabandista español  Rirhasd Ansdell 1861

En su libro “Manual para viajeros por Andalucía y lectores en casa” publicado en Londres en 1845, el viajero romántico Richard Ford aseguraba:


“Todo el mundo contrabandea de una forma u otra…En esta tierra mal gobernada las normas fiscales son tan ingeniosamente absurdas, complicadas e irritantes, que el comerciante honrado y amigo de la legalidad se ve tan incordiado en sus actividades como estimulado el que prefiere la ilegalidad… El contrabandista español, lejos de sentirse delincuente o degradado, goza en su tierra de la brillante reputación que proporcionan audaces aventuras personales entre una gente orgullosa del valor individual…” 


Después de varios siglos, la ocasión de cambiar esto se perdió. Sigue quedando la sensación de que en este país se glorifica a los infractores que saben eludir la acción de la justicia, y de que los españoles actúan conforme a la ley solo bajo la amenaza de castigo y no por convicción de contribuir al bien común.


Como resumen de todo lo anterior queda, tras el análisis del tiempo transcurrido, y la constatación de la situación que actualmente se vive, volver a recapacitar sobre si la transición ha constituido solo en que nos permitan jugar a la política sin pasarnos, que vayamos a votar cada cierto tiempo y que podamos expresarnos con libertad sin que nos metan en la cárcel. Aunque en eso del derecho al pataleo hemos podido constatar que últimamente hemos retrocedido unos pasos.


Observando el comportamiento y las ocurrencias a mi juicio retrógradas del que durante tantos años fue presidente del gobierno, aznarizado en gran parte y habiendo perdido totalmente el discurso de lo que antes se hubiera alineado con la “socialdemocracia”, queda al lector juzgar si estamos constatando la posibilidad que probablemente nunca será demostrada, de que varios de los jóvenes que ocuparon cargos de responsabilidad en el renovado partido, algunos procedentes de la Juventud Obrera Católica, pudieran haber sido unos topos que el régimen franquista, en su  celo por atar bien lo atado, introdujo en un agonizante Partido Socialista Obrero Español allá por mediados de octubre de 1974, con el objeto de reventar desde dentro la estructura ideológica de la única formación que se preveía capaz de llevar a cabo la auténtica reforma del Estado que no hemos llegado a disfrutar.




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¿Cómo es posible que se hable tan poco de ello y haya personas que no se percaten? Dados los antecedentes de ayuntamientos en Extremadura en los que, por la premura por la que se debían constituir inexorablemente el 17 de junio, ha habido pacto PP- Vox, y la excepción de Valencia dentro de las comunidades autónomas, pues se trataba de aprovechar la ocasión, podéis poner sin miedo la mano en el fuego si afirmáis que si no mediaran las elecciones del 23J, la señora Guardiola habría otorgado sin dudar a los de ultraderecha las dos consejerías que exigen. La «derechita cobarde», como en el resto de autonomías, se está conteniendo para arañar el voto de los electores más moderados en las próximas elecciones generales. ¿Cómo si no, la dirección del partido a nivel regional no ha impedido que sus ediles pacten con negacionistas de la violencia de género al igual que su jefa a nivel autonómico?. ¿Dónde se queda la machaconería de Feijoo en pretender que gobierne la lista más votada?  La falsedad de la señora Guardiola queda muy manifiesta después de una campaña en la que parecía que iba sola, sin equipo, a las elecciones: «Probadme cuatro años». «Dadme vuestra confianza». «No os defraudaré», y así ha conseguido convencer a muchos electores que no reparan en que la señora Guardiola y su jefe Feijóo son unos mandados de los que controlan el país y los medios de comunicación que han cerrado el entendimiento de miles de españoles y españolas.
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H ace algunos años, en uno de los pueblos más bonitos de España, situado en la Axarquía malagueña, un embaucador consiguió ilusionar a todo un pueblo y que el ayuntamiento aprobase la declaración del término municipal con el apelativo de “reserva biocultural”, un término inexistente en el ordenamiento urbanístico. Prometió crear algo parecido al paraíso sostenible. Quedó en un “bluf” de un iluminado que arrastró económicamente a varios crédulos. Recientemente, el ayuntamiento de Salamanca contrató con un buen sueldo a un conseguidor que pretendía endosar un proyecto de ciudad sostenible “Peace City World”. El ayuntamiento fue embaucado por otro iluminado vendiendo humo. En la Reserva de la Biosfera de la Siberia Extremeña, una empresa ha conseguido ilusionar a la Junta y a unos ayuntamientos con un proyecto de ciudad sostenible paradisíaca en permanente conjunción con la naturaleza de tal modo, que han llegado a adaptar la legislación vigente y a expropiar terrenos para que esta quimera se pueda desarrollar y contribuir de alguna forma a revertir la dramática sangría de la despoblación que amenaza nuestro mundo rural. No diremos que sea otra venta de humo, pero a algunos nos cuesta mucho meternos en la cabeza que un lugar tan afortunadamente dejado de la mano del hombre, y tan apetecible por otra parte para los grandes negocios especulativos (léase Valdecañas), pueda sufrir de la noche a la mañana una transformación beatífica que tenga nulo impacto negativo en el ambiente de la despoblada y pintoresca comarca. Sensibilizada como está la sociedad ante los continuos atentados a la naturaleza por parte de los especuladores sin escrúpulos, los promotores de Elysium City no podían presentar su proyecto como una simple operación urbanística de construcción y venta de viviendas con algunas zonas comunes y maquillando el negocio con visos de sostenibilidad. Hay que adornarlo todo con rimbombantes epítetos y parafernalias conservacionistas. ¿Llegará a ejecutarse la totalidad de los elementos que conforman el proyecto, o quedará en la construcción de viviendas y hoteles con algunas zonas comunes, agotándose después el capital para continuar invirtiendo y quedando como una promoción inmobiliaria más que a la postre nadie se atreverá a demoler por provocar mayor daño y porque, al fin y al cabo, lo que quedaría en nuevo Valdecañas sería una fuente de riqueza y puestos de trabajo para unos pueblos agonizantes?
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Una ridícula participación en la manifestación por un tren digno. Antes se había roto el pacto. De la que iba a ser multitudinaria exigencia de trato digno para Extremadura se descolgaron entidades disconformes con que los partidos oportunistas se apuntarán al carro reivindicativo. Hoy están en la oposición y no quieren acordarse de los incumplimientos de su partido cuando estaba en el gobierno. Si hubiera sido el otro quien hubiera estado gobernando, el actual jefe del ejecutivo extremeño se hubiera rasgado las vestiduras y no hubiera asistido a la inauguración de la fallida pantomima sucedánea de la alta velocidad. Pero claro, son estómagos agradecidos que en vez de plantarse seriamente en defensa de los intereses de la comunidad, procuran dar vidilla a los de su misma cuerda, porque saben que les va en ello su permanencia en la poltrona. Otros partidos, que nunca han gobernado, tienen eterna mentalidad de oposición y en las actuales coyunturas se ve que no van a gobernar. A todo esto, la ciudadanía de a pie ni siente ni padece. O sí que siente y padece, pero, y esto es ya un verdadero y real tópico, nos quejamos de modo fatalista pero no hay quien nos mueva. Nos anuncian a bombo y platillo un Triple Five casinero que quedó en agua de borrajas. Nos prometen un Elysium siberiano que está por ver, una fábrica de baterías que está por ver, en sustitución de la que se fue a Sagunto, una azucarera que ya está visto que no. Y para ello las autoridades se bajan los pantalones y modifican la ley para adaptarse a la horma de los zapatos de quienes nos prometen el oro y el moro y después los (nos) dejan con el culo al aire porque nada de nada. Nos han metido con calzador una mina de litio y se han apresurado a legislar para que los beneficios queden en Extremadura y no solo los inconvenientes: ¿de veras? La legislación extremeña está siempre por debajo de los supremos intereses del estado, no lo olvidemos. Vaya: que se ríen de nosotros de manera explícita, casi casi. Y todo por unos dirigentes calzonazos y por una población sometida a la desidia más devastadora. Quien esto escribe es absolutamente contrario a los partidos nacionalistas, que rebañan solo para casa, y que, a mi juicio, que puede estar errado, lo que pretenden unas veces es arañar prebendas y otras administrarse sus propias miserias de modo insolidario con el resto de territorios, sobre todo los menos favorecidos, como Extremadura, asignándonos el sambenito de nada emprendedores, vagos y perseguidores de subvenciones. Pues bien, visto lo visto, que hemos sido y seguimos siendo el farolillo de cola del conjunto autonómico, ¿no podría ser positiva la existencia de un partido auténticamente extremeñista que pueda conseguir suficiente fuerza en las Cortes y en general en el concierto autonómico para poder llevarse el gato al agua cuando los grandes partidos estatales necesiten de escaños para aprobar sus planes, tal como lo vienen practicando otras formaciones bien conocidas del espectro político? Anticipo la respuesta: me estoy engañando. En Extremadura esto no es posible; incluso puede que en Extremadura no sea productivo.. Pero entonces, ¿Cómo podríamos hacer para que dejaran de reírse de nosotros?
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Un indicador elocuente de la idiosincrasia de un país es el trato que se profesa a las personas nativas que de algún modo sobresalieron tanto dentro como en el exterior del territorio donde nacieron.
Por José María Barbado López 24 de abril de 2022
LA GRAN PARADOJA Compadezco a los franceses votantes de Mélenchon en la primera vuelta al verse en la tesitura de tener que optar por el voto a Macron para evitar el acceso al poder de Le Pen, so pena de favorecer a esta última con su abstención. Pero pienso, por otra parte, que si yo me encontrase en Alemania ante una hipotética segunda vuelta entre la CDU de la señora Merkel y la ultraderechista AfD. lo tendría bien claro, a pesar de mis grandes diferencias con los planteamientos políticos y económicos de la unión cristiano demócrata alemana. Precisamente por eso, porque se trata de un partido demócrata contra otro que no lo es, y que recuerda los viejos tiempos de la victoria del partido nacionalsocialista en 1932. Algo parecido sucede en Francia. Se trata de que el poder sea ejercido por alguien tan “repelente” para el electorado de izquierdas como Emmanuel Macron, o dejar que el nacionalpopulismo antieuropeo y antidemocrático de Marine Le Pen nos encamine a una ruptura del sistema por el lado contrario al que pretendemos los ilusos trasnochados que seguimos denominándonos de “izquierdas”. Con todo el dolor de mi corazón y “tapándome las narices” posiblemente asumiría la úlcera que me provocaría votar a Macron. Dentro de lo malo malísimo, aún puedo considerar a Macron un demócrata.  En España es distinto. Si se me plantease la opción de una segunda vuelta a elegir entre el Partido Popular o Vox, mi duda me situaría en el lugar del asno de Buridán, sin saber el camino que escoger y quedándome en la encrucijada para siempre. Probablemente no votaría aún a riesgo de favorecer con mi abstención el acceso de Vox al poder, porque pienso que un partido que no le hace ascos a gobernar con Vox participa de su misma naturaleza, y en España, el partido Popular, condenado varias veces por corrupción como entidad política e inculpados muchos de sus miembros a título personal; partido que no condena, incluso permite que se exalten, las atrocidades cometidas por el anterior régimen, es el heredero del totalitarismo instaurado por Franco tras la sublevación de 1936. Lo grave y preocupante, al menos para mí, es que este partido, aún a sabiendas de su falta de claridad democrática y su honestidad pública, es votado por un gran porcentaje de españoles. Cada uno que saque las lecturas oportunas del dato. Por eso, ante el dilema de elegir entre un partido abiertamente antidemocrático o uno que lo es de forma subrepticia, tal vez la solución sería que de una vez por todas suframos en nuestras carnes los efectos de un gobierno de ultraderecha. A ver si escarmentamos y rectificamos a tiempo. Lo malo es que este hecho se nos puede ir de las manos, como sucedió en Alemania en 1932. Por tanto, aquí me quedo, como el asno de Buridán.
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