Por: José María Barbado
6/febrero/2020
Para este artículo tenía pensados varios titulares, a cual más expresivo, como “País de Mierda” o “Con la mierda en los talones”, pero por evidentes razones de diplomacia, tacto o discreción, he optado por aquél cuya expresividad, a fin de cuentas, como veremos, no dista mucho de los otros.
Es innecesario comentar, porque es notorio, que hay pocos lugares en este Estado donde no tropecemos con alguna deyección producida por algún cargo público suelto, ya sea a nivel municipal, provincial, autonómico o estatal. Demasiados representantes de la soberanía popular o de los gobiernos están implicados en casos de corrupción o cuando menos son sospechosos de estarlo. La imagen que ofrecemos al exterior es similar a la de las “repúblicas bananeras” de hace años, con la diferencia de que aquellos países no pretendían ser democráticos, mientras que nosotros alardeamos de ello, de una “democracia” que sólo consiste en ir a votar cuando toca, pero que niega la información a la mayoría de la población, que profundiza cada vez más en las desigualdades y que desprotege a los más débiles. Porque cuando no podemos acceder a la verdad y los medios de información y de opinión deforman la formación y la opinión del ciudadano, cuando por el simple hecho de nacer en este Estado, no tengamos todos la misma oportunidad de educarnos de la mejor forma posible, independientemente de nuestros recursos económicos; cuando por el hecho de ser españoles no tengamos todos una asistencia sanitaria de calidad o una ayuda en nuestros desvalimientos, o cuando el acceso a la Justicia no sea gratuito, rápido, eficaz e igualitario, no podremos entender que esto sea una democracia. No mientras los bienes y servicios públicos básicos sean más accesibles para aquellos que tienen cuartos para ello.
La sensación de impotencia que nos provoca la impunidad de los corruptos, de que en este país sale rentable delinquir, de que la corrupción ronda hasta a las más altas instituciones del estado, hace que odiemos a la clase política, que perdamos la perspectiva de que los políticos son servidores de los ciudadanos, y eso es lo que al final quiere la oligarquía, que no nos metamos en política, que la política sea tabú, como en tiempos del dictador, solo que ahora por otros motivos; hay que impedir a toda costa que los puestos de decisión del Estado sean ocupados por personas que no tengan más interés que el servicio a la comunidad; de hecho, en algún parlamento autonómico ya se ha establecido que para poder ser representante político los aspirantes han de tener recursos propios para la subsistencia y no depender de un sueldo, porque no les van a retribuir su trabajo y su dedicación al servicio del ciudadano.
El actual gobierno está de enhorabuena y no precisamente porque haya cumplido el programa electoral con el que se presentó ante el electorado, sino por todo lo contrario: ha implantado en un tiempo récord su verdadero programa político, el oculto, el impresentable, el que ha conseguido que los ricos lo sean más mientras hay más pobres; que los trabajadores tengan que mendigar el trabajo de los amos, como en los mejores tiempos en que los capataces del señorito acudían a la plaza a reclutar jornaleros; que la educación de calidad sólo sea reservada para una élite económica; ha conseguido meterse en la soberana potestad de las mujeres a decidir; está consiguiendo, además, que no podamos siquiera tener derecho al pataleo. Y todo al socaire de una crisis económica provocada por los banqueros, que en España vino a unirse a la burbuja creada por Aznar, que los socialistas no quisieron desinflar a tiempo y cuyas consecuencias estamos pagando los de siempre, los que estamos a merced de los que nos han estado expoliando y cuyo expolio sigue impune. Porque no veo en la cárcel a los más responsables. Porque se ríen en nuestra cara de nosotros y de los pocos medios que no son paniaguados de los poderes fácticos y que, con limitada incidencia en la opinión pública, tratan de contrarrestar la desinformación y de poner en evidencia a quien ha convertido nuestra sociedad en un basurero, para mofa de las sociedades con las que queremos convivir. Y lo digno de consideración es comprobar que a pesar de haber retrocedido en derechos y libertades hasta el punto en que partimos hace años en nuestra “democracia”, a pesar de la constatación diaria de los atropellos, desmanes, abusos, excesos, injusticias y arbitrariedades, no se ha producido aún un estallido social de relevancia y la mayor parte de la ciudadanía está aletargada. ¿Será porque aún existen suficientes coberturas de protección social? Tal vez. ¿O también porque la economía que no paga impuestos amortigua los efectos del desempleo?
La corrupción está generalizada en España; en mayor o menor medida está en partidos políticos, corporaciones, gobiernos, sindicatos y otras instituciones. No se rasguen las vestiduras quienes esto lean, pues si no ha habido ya un estallido fenomenal de la sociedad contra estos abusos es porque en cierto modo, y sálvese el que pueda, el nido de la corrupción está instalado también entre los españolitos de a pie, muchos de los cuales trincan según pueden. ¿Quién ha pagado siempre sus facturas con IVA? ¿Quién no ha pagado algo en dinero negro? ¿Quién no ha contratado algún servicio u obra con algún profesional que, o carecía de licencia, o no pagaba sus impuestos, o ambas cosas? ¿Cuántas empresas hay que no han contratado alguna vez trabajadores sin seguro o pagan jornales en negro, o plasman en la nómina más de lo que pagan en realidad, o hacen trampas en las horas extraordinarias? ¿Por qué en algunas Comunidades o Ayuntamientos han resultado aún más votados dirigentes que ya venían imputados en causas de corrupción? No vale decir que más roban arriba. Se trata de que cada uno trinca lo que puede, y si se está arriba, pues se trinca más, y esto para algunos es digno de mérito, cuando el mérito debería estar en aplicar la máxima de que el que esté libre de pecado lance la primera piedra. Decía Richard Ford en su “Manual para viajeros por Andalucía” que “Todo el mundo contrabandea de una manera u otra, pero también es cierto que ésta es la única manera posible de corregir las anomalías y los errores de las aduanas y del Ministerio de Hacienda; en esta tierra mal gobernada las normas fiscales son tan ingeniosamente absurdas, complicadas e irritantes, que el comerciante honrado y amigo de la legalidad se ve tan incordiado en sus actividades como estimulado el que prefiere la ilegalidad/…/el contrabandista español, lejos de sentirse delincuente o degradado, goza en su tierra de una brillante reputación/…esta desobediencia no es considerada en absoluto un crimen digno de censura/…/se considera que los que roban a la aduana atacan a una administración que roba al país entero”
En este país está mal visto defender la legalidad. A nadie se le ocurre llamar la atención de alguien que, incívicamente, incumple alguna norma. Si censuras la actitud de quien está ocupando con su vehículo una plaza reservada a discapacitados, lo mejor que te puedes encontrar es que metas en tus asuntos, pero no está descartado que te rajen por un quítame allá esas pajas. En este país lo público no parece ser de uno, por lo que no tenemos obligación de cuidarlo. Cuando cumplamos las normas porque estamos concienciados de ello y no por temor al castigo, cuando dejemos de tirar basura por la ventanilla del coche a la carretera para mantener nuestro coche limpio, habremos llegado a ser un país de convivencia y de ciudadanos responsables, por eso considero que la cantidad de basura que se acumula en las cunetas es un indicador del nivel de conciencia y de la ciudadanía del país, pero esto se consigue con la educación, y dadas las que corren, no parece que en mucho tiempo podamos deshacer este nudo gordiano sin tener que cortarlo con la espada.