Cristina Cifuentes
es exculpada de haber obtenido un máster fraudulento en el que, al parecer, un catedrático muerto obligó motu proprio a dos empleadas de la universidad a falsificar actas. Las empleadas han sido condenadas y Cifuentes nunca había presionado para que le regalaran un título. Fue un regalo espontáneo.
Rodrigo Rato sale de prisión sin cumplir su condena por haber robado millones que no ha devuelto mientras cientos de chorizos de poca monta se pudren en la cárcel por sustraer una gallina.
El latrocinio de los jerifaltes de los partidos políticos es cada vez más patente, aunque la lentitud hace que prescriban muchos de los delitos y que el “largo” brazo de la justicia solo llegue a cabezas de turco.
El poder judicial está secuestrado en manos de quienes parecen querer perpetuarse en los cargos, puestos por los partidos que obedecen a los designios de la oligarquía y nunca al mandato popular al que dan la espalda tras ser elegidos.
El rey emérito tiene que salir del país abrumado por las evidencias de corrupción y el congreso no inicia una investigación a pesar de que jurídicamente es posible y recomendable. Mientras tanto, por decir en unas letras de canciones lo que está en la mente de todos, un rapero es encarcelado por injurias a la corona y enaltecimiento del terrorismo.
Enaltecimiento que no es tal en el caso de la manifestación en Madrid en conmemoración de quienes ayudaron a Hitler y donde se cantan canciones fascistas y se culpa a los judíos.
La sanidad, la educación, los servicios sociales, el empleo de calidad y el "estado de bienestar" se van al carajo y aún se nos exigen mayores ajustes de cinturón.
Con todo esto y mucho más que nos sucede ¿qué es lo que tiene que pasar para que los ciudadanos salgan en masa a las calles y plazas de todo el país para denunciar pacíficamente, sin violencia, la situación tan escandalosamente inaceptable y no vuelvan a casa hasta haber conseguido derribar las estructuras de poder que promueven semejantes tropelías?
Hace falta un aglutinador de voluntades que nos haga movernos y ver que están haciendo barbaridades con la mayor parte de la ciudadanía. Ya pudo haberlo cuando el 15 M, pero entre el purismo y la división de los promotores y la bestial propaganda del sistema se lo cargaron.
Y la explicación a todo lo anterior es muy sencilla: nos tienen anestesiados, en estado de imbecilidad suma. Nos basta con decir que la política es mafia y que todos los políticos son iguales y que yo no soy político y no quiero saber nada de política, pero no hago nada por deshacer la mafia, y vuelvo a votar una y otra vez a los políticos que son iguales y unos chorizos. Solo me muevo cuando a título individual me hacen pupa. Es el exponente más palmario del franquismo sociológico que impregna el país ayudado por una educación desastrosa y una falta de transparencia y una intoxicación informativa por parte de los medios, la mayor parte al servicio del sistema. Y en lo que a corrupción toca, no es de extrañar que no nos movamos, pues la corrupción impregna todos los niveles ciudadanos desde arriba hasta abajo: trinca más el que más puede. Ojo. Sálvese quien considere que debe salvarse.
Yo no soy partidario de la desintegración del Estado; al contrario, soy proclive a una integración de los países ibéricos dentro de una Unión Europea auténticamente de los ciudadanos y en un mundo sin fronteras, pero dado lo que tenemos encima, con seguridad, si yo fuera catalán sería independentista. Al menos para abandonar este rancio sistema que nos hunde y administrarme yo solito mis propias corrupciones. A no ser que seamos capaces de darle la vuelta al calcetín. Pero llevamos cuarenta y tres años de régimen del 78 y la cosa no solo no ha mejorado, sino que va a peor.